Hola, ¿cómo andas?
Arranco la edición de hoy con una pequeña anécdota. En febrero del 2015 yo estaba arrancando a leer el libro El Capital en el Siglo XXI del economista francés Thomas Piketty. Recientemente traducido al español, el trabajo había despertado el interés y el debate tanto del mundo académico como de la esfera política. Es más, en enero de ese año, Piketty había sido recibido por la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la Casa Rosada, en una especie de gira internacional del autor francés con diversos mandatarios de todo el mundo. En ese contexto, cuando vi que Domingo Cavallo estaba recomendado un video en Infobae donde entrevistaban a un economista —al cual yo desconocía— que criticaba el libro de Piketty, le di play sin dudarlo.
De la curiosidad por ver qué decía del libro, pasé rápidamente a la risa: me parecía muy gracioso que el economista de la entrevista cumplía con todos los estereotipos de la profesión, especialmente de los liberales. Se peleaba con Keynes y Marx, hablaba de teoremas, formulas matemáticas y falacias, decía una enorme cantidad de cosas que eran incomprensibles para el público general de un portal de noticias (por ejemplo, en un momento señala: “el problema de Piketty es que sigue el modelo de Harrod-Domar, lo cual fue desmentido por el modelo de Solow-Swan, la regla de oro de Phelps, y la teoría de Ramsey”, ¿acaso piensa que la gente sabe de qué se trata?). Ya te estarás imaginando quién es el economista del video, ¿no? Recuerdo esa entrevista porque, en su momento, se la pasé a un amigo para que lo vea, a modo de compartir el entretenimiento. Hace poco busqué la fecha de esa conversación en la mensajería de Facebook: 13 de febrero de 2015. Ese día conocí la existencia de una persona llamada Javier Milei.
Milei es el primer presidente economista de Argentina. Si ya los economistas son un espécimen muy particular, en este país, con sus constantes vicisitudes macroeconómicas, adquieren una relevancia particular. Mezcla de expertos técnicos y gurúes, suelen ser consultados como futurólogos: ¿a cuánto estará el dólar a fin de año? ¿En qué conviene invertir? ¿Las políticas económicas del gobierno son sostenibles? Todos parecen tener la receta para solucionar los problemas argentinos. A mi entender, son la única profesión a la que se le permite hablar en los medios de comunicación con enunciados pocos claros. Una frase que retrata este comportamiento ha sido repetida hasta el cansancio: “Si un economista te está explicando algo y no lo entendés, pedile que te lo explique de vuelta más fácil. Si seguís sin entender, seguro te está cagando”. Los buenos economistas suelen ser aquellos que logran bajar a tierra la complejidad de su disciplina. Por suerte, últimamente proliferan economistas que buscan hacer entendible sus argumentos para audiencias no especializadas. Sin embargo, no siempre la economía fue una ciencia en manos de unos pocos iluminados con, supuestamente, la bola de ver el futuro. Es imposible entender a Milei y, en general, a parte importante de los economistas, sin comprender la propia historia del pensamiento económico. Sobre este tema te voy a escribir hoy.
La economía es política
Segunda anécdota personal de la edición de hoy. Cuando estaba arrancando el Ciclo Básico Común (el famoso CBC) en la UBA para la carrera de historia, la materia a la que más dudas y temor le tenía era Economía. Un poco de prejuicio, otro poco de desconocimiento. El secundario lo había cursado en la especialidad de Humanidades y Comunicación, por lo que tenía conocimientos básicos de disciplinas como Historia, Sociología y Filosofía, pero absolutamente nada sobre Economía. Me imaginaba cuestiones teóricas muy abstractas o fórmulas matemáticas incompresibles. Cuando, en la primera clase, nos dijeron que íbamos a leer directamente a los autores clásicos como Adam Smith y David Ricardo, mi miedo se acrecentó. Creía estar frente a un texto de la complejidad de autores al estilo Hegel o Kant, pero con números y gráficos. Para mi sorpresa, el resultado fue muy diferente. Al leer La riqueza de las naciones de Adam Smith, me encontré ante una lectura amena, con muchos ejemplos sencillos (su célebre caso de la fábrica de alfileres para explicar la división del trabajo). ¡Hasta hicieron un manga y un comic sobre el libro! En fin, la materia me gustó tanto que luego, cuando entré a la carrera, cursé las materias optativas que existían vinculadas a la economía. Hoy en día, si bien mis investigaciones académicas no están vinculadas a historia económica, trato de leer y mantenerme informado sobre el tema.
¿Cómo se explica tanta diferencia entre expectativas y realidad? Lo que aprendí en esa cursada es que la economía al surgir como ciencia tenía otro nombre: economía política. Como lo dice el propio término, las ciencias económicas aparecían indisociables del orden político y social. Es más, Adam Smith, antes de incursionar en la economía política, se había desempeñado como filósofo. Si bien existían antecedentes, como los mercantilistas y los fisiócratas, fueron los denominados autores clásicos (los dos más importantes, el ya mencionado Adam Smith junto a David Ricardo) los que terminaron de imprimir los fundamentos de esta rama del conocimiento. Eran economistas seguidores del liberalismo clásico, que, escribiendo en las décadas iniciales de la Revolución Industrial, buscaban eliminar las trabas que imponían los restos del feudalismo al libre comercio (de ahí la famosa metáfora de “la mano invisible del mercado” de Adam Smith), pero que pensaban su disciplina en diálogo con el ámbito político.
Un punto importante para entender a los autores clásicos radica en una de las principales discusiones económicas de esa época, que no dejaba de tener raíces filosóficas: qué le daba valor a las mercancías (ojo, no confundir valor con precio de mercado, que podía oscilar por la ley de oferta y demanda). Los mercantilistas ensayaron la respuesta de que los metales preciosos (como el oro y la plata) eran la fuente de toda riqueza, mientras que los fisiócratas franceses creían que el origen del valor provenía de la agricultura. Smith, en su reconocido libro, planteó otra respuesta. Para eso, él distinguió entre el valor de cambio (precio por el cual se compra y vende un producto al mercado) y valor de uso (la utilidad de esa mercancía). Acá entra uno de sus pasajes más famosos: la paradoja del agua y los diamantes. Para él, el agua tenía mucho valor de uso y poco de cambio, mientras que el diamante tenía mucho valor de cambio pero muy poco de uso. De esta manera, planteaba que la utilidad de las mercancías no servían para determinar su valor. ¿Qué daba, entonces, el valor? Vamos a citar sus propias palabras:
“El valor de cualquier bien, para la persona que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por otros, es igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda disponer por mediación suya. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor de cambio de toda clase de bienes.”
De esta forma, Smith sostiene que la cantidad de trabajo que se necesitó para crear un bien le otorga su valor de cambio. Así toma forma uno de los fundamentos de la economía clásica, su teoría del valor-trabajo (retomada posteriormente por Ricardo). Teoría que, sin saberlo, también es repetida por políticos y empresarios cada vez que hay un paro o huelga, aludiendo a las pérdidas que tuvieron ese día.
Avancemos. Desde ya que la teoría clásica tiene muchas aristas y elementos. Por ejemplo, podría mencionarse de Ricardo su perfeccionamiento de la teoría del valor-trabajo, sus estudios sobre la renta diferencial de la tierra o su planteo sobre las ventajas comparativas en el comercio exterior. Sin embargo, vamos a quedarnos con la cuestión de la teoría del valor-trabajo. Sucede que un joven alemán, nacido en Tréveris en 1818, encontró en los textos de los autores clásicos, especialmente en Ricardo, la clave para conformar su propia teoría. Retomando la idea de valor-trabajo, este pensador planteó que si todo valor era creado por el trabajo, los ingresos obtenidos por los capitalistas (es decir, todo el valor a la hora de producir una mercancía que superaba los costos de producción) en realidad provenían del trabajo no remunerado a los obreros, apropiado por los burgueses en forma de plusvalía o plusvalor. La “trampa” consistía en que los dueños de las fábricas le pagaban a los obreros un salario por una cantidad de tiempo estipulado —“alquilando” la capacidad humana de trabajo y, ergo, de producir valor, a cambio de un salario que solo equivalía a lo necesario para la subsistencia del obrero—, pero no los remuneraban por toda la cantidad de valor que creaban. A la vez, como los obreros estaban desposeídos de sus propios medios de producción (por ejemplo, previamente habían perdido sus parcelas de tierra), tenían la obligación económica de trabajar a cambio de un salario. De esta forma, los burgueses explotaban a los proletarios, apropiándose del trabajo excedente de los obreros, de todo el valor que creaban y que no era remunerado, en forma de plusvalía. El creador de esta teoría, como sabrás, es Karl Marx, uno de los pensadores más importantes del mundo contemporáneo, en su obra más famosa: El capital: crítica de la economía política. De los fundamentos de la economía liberal clásica se terminó desprendiendo la impugnación más sofisticada contra el capitalismo.
La despolitización de la economía
La escuela clásica de la economía política ya estaba sufriendo fuertes cuestionamientos hacia 1870. Como si fuera poco, la teoría del valor-trabajo había sido el puntapié inicial para que Marx postule su teoría de la plusvalía, dando lugar a sus radicalizadas conclusiones sobre la naturaleza intrínsecamente explotadora del modo de producción capitalista. En este contexto, un conjunto de autores sin conexión directa entre sí (como William Jevons, León Walras, Carl Menger y, especialmente, Alfred Marshall), si bien continúan con una orientación económica liberal, van a romper con sus antecesores clásicos en varios aspectos. De esta forma, surgirá una nueva gran línea teórica dentro de la economía, denominada neoclásica.
En un primer lugar, van a modificar sustancialmente la teoría del valor: de la teoría objetiva del valor-trabajo pasarán a una teoría subjetiva. Acá retomo el video del que arranqué hablando al principio del newsletter: el centro de la crítica de Milei a Piketty es que este autor estaría retomando la teoría objetiva del valor-trabajo que, según el “Javo”, habría sido superada por la teoría subjetiva. Es más, las horas posteriores a la derrota en la primera vuelta, quizás las más delirantes de la historia pública de Milei (nos regaló esa increíble entrevista donde nos avisaba que estaba en el medio de las sábanas de unos salames), intentó conseguir los votos de la izquierda, ofreciendo a sus referentes lugares en el Ministerio de Capital Humano. Miren cómo lo justificaba: “si la persona que más sabe del tema me va a aportar una solución, ¿qué me importa lo que piensa respecto de la teoría del valor? Me importa tres rábanos”. ¿De qué se trata, entonces, la teoría subjetiva del valor a la que adhiere con tanta vehemencia el papá de Conan?
Para entender esto, es necesario retomar la paradoja del agua y los diamantes: para los neoclásicos, el ejemplo de Smith partía del precepto de que el agua se encontraba en abundancia. Si no fuera así, el agua tendría mucho más valor que un diamante. Por eso, el factor central en esta teoría del valor es la utilidad. Pero, ¿cómo medir la utilidad de un bien? La utilidad, en tanto deseo o necesidad, debe ser entendida en relación con la cantidad de porciones de un bien que se desee. Mientras consumimos más unidades de un bien, la utilidad o satisfacción que éste nos otorga disminuye. Por ejemplo, tener muchos bidones de agua hace que la utilidad de un vaso de agua sea casi nula. En cambio, si disminuyen las cantidades de ese bien, o si no se tiene ninguna, la utilidad sube (el último vaso de agua en el desierto tendría un valor exorbitantemente alto). De esta forma, para los neoclásicos, el valor está determinado por la utilidad correspondiente a la última unidad consumida de un bien, denominada grado final de utilidad o utilidad marginal. De acá esta escuela toma el nombre de marginalismo o de revolución marginalista, y los neoclásicos también sean denominados marginalistas a modo de sinónimo. A la vez, para estos autores, la utilidad de los bienes y su posterior intercambio están relacionadas con la subjetividad propia del consumidor, por eso se habla de una teoría subjetiva del valor. Como verás, en este esquema, las nociones de escasez y utilidad toman una relevancia central: los bienes aparecen principalmente caracterizados por su escasez, mientras que la estimación subjetiva de la utilidad de un bien es crucial para determinar su valor. Por eso Milei repite como un mantra, en su ataque a la justicia social, que las necesidades son infinitas, pero los bienes escasos.
¿Viste que ya nos estamos poniendo más técnicos y abstractos? ¿Viste que se entiende menos? Bueno, si te perdiste un poco no te preocupes, es parte del truco de los muchachos marginalistas. No solamente se cambió de teoría del valor, sino también el nombre de la ciencia en cuestión y la manera de abordarla. Ya no será más economía política, sino economía, a secas. Alejado de la política, la filosofía y de las ciencias sociales, los neoclásicos buscan erigir a la economía como una disciplina exacta, con modelos matemáticos y estadísticos (la economometría), junto a una mayor influencia de la microeconómica, todo para encontrar las leyes perfectas y el equilibrio del libre mercado. Si no hablás en su idioma, no entrás al club. Si uno toma un libro de un autor neoclásico, ya no va a encontrar ejemplos pintorescos como la fábrica de alfileres, sino páginas plagadas de gráficos y estadísticas. En un punto triunfaron. La economía, como te conté al principio, suele ser entendida como una ciencia dura en manos de unos pocos iluminados. A la vez, los neoclásicos se convertieron en la ortodoxia y el mainstream económico.
Sin embargo, pasaron cosas. Las enseñanzas neoclásicas sobre las bondades del libre mercado llevaron nada más y nada menos que a la mayor crisis de la historia del capitalismo, a partir del crack de la bolsa de Wall Street en octubre de 1929 y la posterior gran depresión durante la década de 1930. Los marginalistas apostaban a que el mercado pondría las cosas en su lugar, pero veían espantados cómo la crisis no hacía más que agravarse. La teoría económica neoclásica parecía incapaz de dar respuestas a los problemas. Hasta que apareció un economista británico con una solución debajo del brazo. Ojo, no era marxista, sino que era profundamente anticomunista e incluso tenía una formación neoclásica, al punto que llegó a estudiar con uno de las marginalistas más importantes, Marshall. Sin embargo, se dio cuenta de que esta teoría no servía para explicar el funcionamiento del capitalismo. La persona en cuestión es John Maynard Keynes, principal autor de la heterodoxia económica (hablamos bastante de él en esta edición sobre la creación del FMI). En su libro más famoso, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicado en 1936, Keynes definiría lo siguiente:
“Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales.”
Si las enseñanzas de los neoclásicos llevaban al desastre, ¿qué hacer? Keynes fundamentó la necesidad de la intervención del Estado en la economía, recomendando aumentar el gasto (por ejemplo, en obras públicas), para incentivar la demanda y el consumo. Por ejemplo, si el gobierno decide construir un puente, se contratan obreros, esos obreros tendrán ingresos y comenzarán a consumir más bienes, la construcción del puente necesita de diversos materiales que son requeridos a empresas privadas, etc. De esta forma, si la economía entraba en crisis, el Estado debía incentivar la demanda agregada (el gasto total en una economía, es decir, el consumo más la inversión), logrando iniciar un círculo virtuoso que permitiría la recuperación del pleno empleo y la salida de la crisis económica. Acá un punto importante: Keynes no quería destruir al capitalismo sino salvarlo. Y lo logró. Con el intervencionismo y la construcción del Estado de bienestar, se lograron los 30 años dorados de la economía capitalista luego de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, lo hizo con instrumentos y fórmulas que se alejaron de la religión del libre mercado. Por eso es una persona tan odiada por posiciones liberales radicales como las libertarias.
El contraataque (neo)liberal
El keynesiano y la intervención del Estado en la economía fueron hegemónicos hasta entrada la década de 1970, donde la crisis económica y la ruptura del orden económico ideado en Bretton Woods hicieron tambalear al modelo del Estado de Bienestar. Ante este primer traspié, los neoliberales pasaron a primer plano. Retomando los preceptos básicos de la ortodoxia neoclásica, pero centrando su crítica en el intervencionismo estatal, avanzaron con fuerza contra el Estado de Bienestar en diferentes países (sobre este proceso conversamos en esta entrega; también hace unas semanas Tomás Aguerre escribió sobre el origen de los primeros neoliberales). Para estos autores, la intervención del Estado en la economía derivaría necesariamente en gobiernos totalitarios o socialistas. Comenzarían, bajo su prédica, los años del Consenso de Washington y las políticas neoliberales en todo el mundo. O podríamos llamarlos NeoNeoClásicos, ¿no? Hoy en día, la mayoría de las opciones políticas a lo largo del globo se debaten entre modelos neoclásicos o neokeynesianos.
Pero, ¿Milei es neoliberal? Sería para otra entrega. En realidad, es un lover de la Escuela Austríaca y del libertarismo, ubicándose a la derecha del neoliberalismo, pero admirando a algunos de los padres fundadores del mismo, como Milton Friedman. Después de leer estos párrafos, espero que tengan más sentido los ataques de Milei contra socialistas y keynesianos (llama “Basura general” a la Teoría general de Keynes), y parte importante de sus argumentos en cada una de sus intervenciones públicas (mientras escribo esto leo un tweet donde explica que el dólar se encuentra en un “punto de equilibrio”).
Esta brevísima historia del pensamiento económico explica el aura que todavía envuelve a gran parte de los economistas. También la construcción de la economía como ciencia exacta aleja a las personas de esta disciplina (que suelen temerle a las matemáticas y estadísticas avanzadas, como mis prejuicios en el CBC). Esto explica cómo es posible que gran parte de la población pueda llegar a considerar que un presidente puede robarse “un PBI” o que los sueldos de los políticos expliquen los desequilibrios de las cuentas públicas. Para mí, es central perderle el miedo a la economía. Desde ya que los economistas tendrán una comprensión mucho más amplía de los fenomenos analizados que quienes no lo somos, pero no es tan difícil adquirir conceptos básicos que nos permitan discernir en la discusión pública. Nobleza obliga, como dije al principio, hoy en día los economistas tratan de ser entendidos por grandes audiencias (aunque a veces forzando sus argumentos). A la vez, gran parte de la población argentina tiene más conocimiento económico que en otros países: tasa de interés, brecha cambiaria, devaluación, son conceptos utilizados día a día por personas no especialistas. Adaptación al medio, ¿no?
Para finalizar, una reflexión. Tanto que el gobierno de Milei ataca las investigaciones en ciencias sociales y humanidades, yo me preguntó, ¿no es acaso la economía una ciencia social, conectada a los problemas políticos, como lo pensaban los autores clásicos? Te imaginarás mi respuesta. Como no hay dos sin tres, cierro con otra anécdota. Una parte muy abultada del almacenamiento de la notebook en la que te estoy escribiendo este envío es una carpeta llamada “Biblioteca”. Allí tengo miles de libros y artículos, insumos laborales en mi vida como historiador. Un poco como chicana, un poco por convicción, la sub carpeta “Economía” está en la sección de “Ciencias Sociales”.1
Popurrí
El pasado lunes 29 de abril nos enteramos de la triste noticia del fallecimiento de la historiadora Ana María Presta. Profesora Emérita de la UBA (tuve el gusto de asistir a sus clases en la materia América I) e Investigadora Superior del CONICET. La recuerdan en estas palabras sus colegas y discípulos Sergio Angeli, Carolina Jurado, Ariel Morrone y Lía Guillermina Oliveto. También la despidieron y recordaron colegas desde Bolivia.
En abril se cumplieron 20 años del trágico y repentino fallecimiento de Ignacio Lewkowicz. Historiador de formación, pero con un pensamiento más complejo que entrecruzaba filosofía, psicoanálisis y estudios de la subjetividad. A pesar de su prematura muerte, nos dejó muchos trabajos y análisis. Agustín Valle lo recuerda en este escrito publicado en Revista Crisis, donde repasa los puntos más importantes de su obra y pensamiento, al mismo tiempo que utiliza los trabajos de Lewkowicz para repensar el presente y la emergencia de la ultraderecha en el país.
Un par de novedades editoriales por parte de Siglo XXI. El primero se llama Históricamente. Claves para pensar (y contar) otras versiones del pasado, del psicólogo e investigador sobre la enseñanza de la historia Mario Carretero, donde busca aproximarse a cómo las personas, las sociedades y los historiadores se acercan al pensamiento histórico, y cómo es enseñado el pasado en las aulas. El índice y la introducción pueden leerse libremente acá. El otro es Una historia de cómo nos endeudamos. Créditos, cuotas, intereses y otros fantasmas de la experiencia argentina del sociólogo Ariel Wilkis, donde analiza las diferentes maneras en que se endeudaron las personas y familias en los últimos cuarenta años de la historia argentina. También podés acceder al índice e introducción de este libro.
Esta noticia es increíble. Gracias a programas modernos y a la Inteligencia Artificial, lograron descifrar los llamados papiros de Herculano, antigua ciudad romana vecina a Pompeya, que fueron carbonizados luego de la célebre erupción del volcán Vesubio en el año 79 a.C. Lo que no se esperaban era encontrar, entre diversa información, unas líneas donde señalan con bastante exactitud donde está enterrado el famoso filósofo griego Platón. Según el papiro, fue enterrado “en un jardín reservado para él de la Academia de Atenas, cerca del llamado Museion o sacellum consagrado a las Musas” (hasta el momento solo se sabía que su tumba estaba en la Academia de Atenas).
Nuevo ciclo histórico en el canal de streaming Gelatina. Dos historiadorxs muy capos como Julia Rosemberg y Javier Trímboli conversarán sobre la historia del peronismo en Mundo Peronista. El primer programa lo pueden ver acá, donde charlan, por ejemplo, de la Comunidad organizada y el 17 de octubre.
Ante un nuevo Día del Trabajador, te comparto este hilo que publicó Jacobin donde recolectan diferentes afiches e imágenes alusivos al primero de mayo. También podés leer este texto del gran historiador británico Eric Hobsbawm sobre los orígenes del primero de mayo.
Acá vamos a finalizar con esta entrega del newsletter. Antes de despedirme, quería compartirte lo siguiente. Con un grupo de amigxs estamos lanzando un proyecto, Pinta la Historia, para charlar de historia en bares y centros culturales (todas las novedades acá). Hoy sábado 4 salimos a la cancha con una charla sobre el Primero de Mayo.
Como siempre te recuerdo, hay diferentes maneras en las cuales podés contribuir a este proyecto. Primero, y más allá de que Una Buena Historia es y va a seguir siendo un newsletter gratuito, podés aportar económicamente a la causa: a través de este link de la app cafecito (para contribuciones en pesos) o desde PayPal (si residís en el exterior). También de forma no económica, pero igual de importante: me ayudás mucho si compartís esta entrega en alguna de tus redes sociales. Por último, le podés recomendar el newsletter a quien creas que le puede llegar a interesar. No hay nada mejor que el boca a boca. Las opciones no son excluyentes.
Por último, recordá que me podés responder este correo para darme una devolución, seguir el debate o sugerirme temas para los próximos envíos.
¡Abrazo!
Santiago
Libros sobre la historia del pensamiento económico hay muchos. Yo recomiendo uno que compré ese año del CBC, escrito por un Doctor en Economía que fue profesor adjunto en la materia Historia del Pensamiento Económico: De Smith a Keynes: siete lecciones de historia del pensamiento económico. Un análisis de los textos originales de Axel Kicillof. Sorry not sorry. El gráfico sobre utilidad marginal decreciente pertenece a ese libro.
buenísimo